Cuando una plaga asolaba uan ciudad de la antigua, se consultaba a un Oráculo la manera de terminar con ella.
Habitualmente el oráculo pedía al Rey algún tipo de viaje con una misión expiatoria.
Así el rey de Esparta, Menelao, tuvo que buscar los huesos de Prometeo y
traerlos a su tierra.
La misión solía durar meses , con lo que al volver la plaga
estaba finalizada y el oráculo había acertado. Hoy diríamos que la plaga se había extinguido
por si sola en el tiempo que duraba el viaje. Y todos
contentos. Claro que si no era así, siempre se podía decir que la predicción se
había malinterpretado o que se cometió algún fallo o sacrilegio durante el
viaje.
Algo
parecido le ocurre a la homeopatía. Esta es un invento de S. Hahneman a finales
del siglo XVII. Se basa en tres hipótesis:
El principio de similitud: algo que produce en una
persona sana los mismos síntomas que una enfermedad, es capaz de curar la
enfermedad en la persona enferma. Hahneman dedicó una gran parte de su vida ha
experimentar en sí mismo con sustancias naturales y descubrir qué síntomas
producían, para recetarlas a personas
enfermas que padecían dichos síntomas. Hoy en dia, la homeopatía se basa en la
lista de sustancias por él indicadas.
El principio de dinamización o de los
infinitesimales: la capacidad de curar
de cierta sustancia aumenta con su dilución. La necesidad de diluir la
sustancia natural proviene del hecho de que era necesario evitar los efectos
secundarios que las sustancias producían en los pacientes.
Por ejemplo,
el remedio recomendado contra la diarrea infantil es el trióxido de arsénico,
un potente veneno de ratones. Pero se recomienda en una dilución 30C, lo que
significa tomar una parte del compuesto y disolverla en 100 de agua…
.repitiendo el proceso 30 veces. Haciendo cálculos resulta que la concentración
es de 1 parte (molécula) de sustancia activa en 1060 partes (moléculas) de agua.
Teniendo cuenta que 1 L de agua contiene 5’56 1025 moléculas de agua, esto
quiere decir que necesitamos reunir 20000000000000000000000000000000000 litros
de agua para encontrar una molécula del trióxido de arsénico. ¡No hay
suficiente agua en la Tierra para reunir tal cantidad!. Claro que en aquella
época no se conocía el número de Avogadro.
Por lo tanto, cuando tomamos nuestro remedio
homeopático, estamos tomando agua y sólo agua.
El tercer principio es la “memoria del agua”: El
disolvente “recuerda” las propiedades curativas del principio activo con el que
ha estado en contacto. Esto se aplica tanto al agua, como al alcohol (si este
es el diluyente usado) o el excipiente, si son pastillas homeopáticas.
Éste
último principio es necesario para explicar por qué funciona la homeopatía,
dado el “éxito” del principio anterior. Claro que nuestra tercera hipótesis nos
lleva a admitir que el agua es inteligente, pues “recuerda” los efectos
supuestamente beneficiosos y “olvida” los efectos secundarios, así como las
propiedades de otras sustancias con las que ha estado en contacto, como el
propio vidrio del recipiente. Si pensamos que el vidrio produce en personas sanos los mismos síntomas que la
silicosis, ¿No serviría el mismo preparado para curar la silicosis?.
¿Han
sido testada científicamente las hipótesis homeopáticas?. En 1988 se publicó en
la prestigiosa revista científica Nature
un artículo del homeópata francés Benveniste, asegurando que una dilución 30 X
(diluyendo 30 veces 1 parte en cada 10) de un antibiótico, éste seguía teniendo
respuesta biológica. Posteriormente un grupo de científicos reprodujeron el
experimento y encontraron que los datos no sugerían las conclusiones de
Benveniste.
La
reacción de los homeópatas fue la que se puede esperar en estos casos: mirar
para otro lado. Pero no debemos quejarnos, ellos no hacen ciencia como los
médicos.
¿Por
qué entonces la homeopatía está reconocida y “funciona”?. Es cierto que algunas
veces los pacientes tratados por homeópatas mejoran; pero esto es debido al
efecto placebo. Es un fenómeno psicológico, por el cual los síntomas del
paciente pueden mejorar mediante un tratamiento con una sustancia inocua.
Como
además resulta que no estamos tomando nada de sustancia activa, es el propio
cuerpo el que se cura a sí mismo, lo que a veces es una ventaja: pensemos en el
uso inadecuado de antibióticos para curar enfermedades víricas. En
mi caso, el empleo sistemático de antibióticos para curarme afecciones de garganta
me provocaba muchos problemas. Hasta que mi otorrino me diagnosticó faringitis aguda,
que es una enfermedad principalmente inflamatoria y cuyo remedio es..… ¡mucha agua!.
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